Nunca quise ser normal / Nan Goldin
- veronica scardamaglia
- 12 oct
- 5 Min. de lectura
‘The Ballad of Sexual Dependency‘ ha marcado mi vida, es el trabajo que sostiene mi nombre y del que la gente está deseando oírme hablar.
Empecé a trabajar en él a principios de los 80 y vio la luz en forma de proyección de diapositivas. El pase de diapositivas existió mucho antes que el libro y continúa existiendo, solo que en 2008 lo reinterpreté y volví a editarlo, hice una nueva versión para el MOMA y otra para un coleccionista privado.
La proyección dura ahora 48 minutos y va acompañada de unas 30 canciones diferentes. Las letras de las canciones hacen las veces de relato de la película.
Para mí, las fotos impresas son tan importantes como las dispositivas. Creo que los libros son el gran soporte de la fotografía, es la única expresión artística que funciona de verdad en formato libro. También creo que las fotografías, cuando se muestran en cantidad, tienen un efecto muy similar al del libro.
En 1985, Aperture contactó conmigo y me propuso convertir las diapositivas en un libro. Fue un proceso largo y difícil que nos llevó unos seis meses. Entre tres personas lo redujimos a la lo que es ahora.
La introducción del libro es especialmente importante, son tres o cuatro páginas que explican el significado de mi obra.
Con mi trabajo suele darse un malentendido. Se suele pensar que trata sobre gente marginal y nosotros nunca fuimos marginales, nosotros éramos el mundo, no nos importaba lo que la gente convencional pensaba de nosotros, no teníamos tiempo para ellos, no aparecían en nuestro radar, así que no estábamos marginados de nada.
Mis amigos eran glamurosos y eran hermosos, nunca me sentí una marginada. No queríamos ser como el resto de personas. Formábamos una tribu. Todos dicen que fotografié a personas marginadas, vale, pero marginadas… ¿de quién? (…) Estoy orgullosa de haber sido rara toda mi vida, nunca quise ser normal.
Para mí la esencia de ‘The Ballad of Sexual Dependency’ es esa la lucha entre la intimidad y la autonomía que se da en las relaciones humanas. Es de eso de lo que trata. Habla de la dependencia que uno puede desarrollar hacia una persona que es totalmente inapropiada a todos los niveles, pero con la que el sexo es bueno, y la conexión sexual es tan fuerte…
‘The Ballad of Sexual Dependency’ intenta reflejar la dificultad que hay en cualquier relación. Y no se trata de un tipo concreto de personas, se trata de mis amigos. Creo que no hay una persona en el libro con la que yo no haya convivido durante una buena temporada. Y en aquellos días en los que aún no se hablaba de gentrificación, a veces vivíamos 13 personas en un mismo piso. Vivía allí sola o con algún amante, pero en aquellos días, en los años 80, la gente iba y venía durante varios periodos de tiempo y todos eran mis amigos.
Desgraciadamente, muchos de ellos han muerto de SIDA. Aquello fue una plaga que golpeó a mi comunidad de una forma increíblemente intensa. Y el libro también trata de eso, de cuánta de esa gente ha desaparecido y lo esenciales que eran.
Recuerdo que la cámara era como una extensión de mi mano. Yo hacía fotos todo el día, nunca movía ni cambiaba nada. Para mí era un pecado retirar una botella de cerveza porque todo tenía que aparecer tal y como era. Ese era el límite de la fotografía para mí; quería enseñar las cosas tal y como eran, con exactitud.
Usaba cualquier cámara que tuviera a mano, se las compraba a gente que las robaba. Siempre he odiado a las personas que hablan de sus cámaras, sus equipos, sus formas de revelar. Para mí lo importante siempre ha sido el contenido, no la calidad de la impresión. Lo que sí me preocupaba eran mis carretes, la calidad de la película, porque yo tenía una visión muy saturada. Solo veía los colores y no los detalles de las cosas. Creo que era porque estuve años sin llevar gafas y sin ellas soy incapaz de ver nada en condiciones.
También hay mucho flash en esas fotos. Ya no lo uso. Por aquel entonces no era consciente de que hubiese luz natural. Sabía que existía el día y la noche, pero yo vivía solo de noche, así que la luz natural no era parte de mi vida. Y lo digo en serio, no me di cuenta de que el color de todo cambia con la luz del día hasta 1989. Aquello fue como una epifanía para mí. Hasta entonces yo había vivido en la oscuridad. Mi apartamento no tenía ventanas.
Muchas de las fotos están tomadas en interiores, hay un sentimiento de claustrofobia, y sí, es verdad, hay mucho flash. En aquella época a la gente le gustaba Harry Callahan, Edward Weston. Eran los dioses de la fotografía. Así que jamás habían visto nada como ‘The Ballad of Sexual Dependency’, excepto ‘Tulsa’, el libro de Larry Clark que se publicó en los años 70. Aquel libro tuvo una gran influencia en mí porque él fotografiaba y publicaba su propia vida, y en aquel tiempo la gente no hacía eso.
Cuando comencé a enseñar mi trabajo, no lo tomaron en serio, sobre todo los fotógrafos masculinos. Me abuchearon, me metí en muchas peleas y discusiones; muchos me dijeron que aquello no era fotografía, que no era bueno…
A mí no me preocupaba la buena fotografía, lo que me importaba era la total honestidad. Y no es algo que puedas tratar de hacer, tiene que ver con hacer fotografías para poder seguir viva y creo que todo artista tiene que crear para poder vivir. Siempre que he tenido que enfrentarme a algo que me asustaba o me resultaba traumático, hacer fotos ha sido mi forma de sobrevivir.
Me encantaba Diane Arbus. Sin embargo, las Drag Queen con las que yo vivía en los años 70, cuando salió el libro de Arbus, odiaban sus fotos. Hablé con personas que fueron fotografiadas por ella y me contaron que Diane esperaba el momento en el que pareciesen unos locos para sacar la foto. Y eso no les gustaba.
Ella era un genio, pero yo tengo un problema con sus fotos de Drag Queens: Arbus las desnudaba para mostrar su género, su sexo masculino, mientras que yo siempre he aceptado a la gente tal y como es. Yo viví con las Drags en los 70 y nunca me paré a pensar cuál era su género. Las aceptaba con el género que ellas sentían que era el suyo. Así que creo que hay un toque de crueldad en su trabajo. Creo que Arbus era profundamente infeliz, y se buscaba a sí misma en la piel de otras personas. Yo no hago eso.
Desde una perspectiva sociológica, mi trabajo era una afrenta a lo que había sido la fotografía hasta entonces: la fotografía ‘de verdad’ era en blanco y negro, imágenes perfectamente encuadradas y la cámara tenía una importancia vital. Los fotógrafos masculinos hablaban de sus aparatos todo el rato (ríe) y lo que yo hice era para ellos tan intolerable… no se aceptaba en el mundo de la fotografía. Así que sociológicamente mi propuesta rompió fronteras, penetró en un terreno ajeno y eso suponía luchar contra el poder.


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